viernes, 4 de diciembre de 2009

Llevo 32 Horas Sin Dormir Te Opero???


Faltan pocos minutos para las siete de la mañana en la emergencia del hospital Roosevelt. Dos socorristas corren con un herido por delante en una camilla, un hombre atropellado; cada minuto cuenta.

Al fondo del corredor, sobre la isla de enfermeras, yace dormido sobre su brazo un residente.
Otro de ellos reclama irritado el examen de un paciente. Una cortinita a medio correr deja entrever los besos atrasados de una pareja de médicos. El turno está por ser entregado a un nuevo grupo. Llevan 24 horas de pie, muchos de ellos sin dormir y todavía les restan al menos 8 horas más de una maratónica jornada que repiten cada 3 o 4 días, eso dependerá del área donde trabajen. Pasan 32 horas de pie antes de que puedan dormir 8 horas de corrido. A eso le llaman sobreturno.

El resultado de estos extenuantes horarios son médicos somnolientos e irritados, algunos con un tiempo de comida en el estómago. Bajo ese estrés trabajan médicos jóvenes de hospitales públicos. Realizan exploraciones, pruebas más o menos invasivas, redactan historiales médicos, deciden ingresos de pacientes y les administran medicamentos. Y qué decir de actividades que requieren de toda su atención como una cirugía mayor.

No es un consuelo, pero en España los galenos también padecen estos extenuantes horarios.
“Llevo 32 horas sin dormir, ¿te opero?”, fue una campaña de 2007 impulsada por las Asociaciones de Médicos Internos Residentes (MIR), de ese país. Exigían su derecho a descansar luego de un turno de 24 horas. Lograron su cometido e incluso reducir la jornada en caso de las profesionales de salud embarazadas.

En Guatemala este año el Ministerio de Salud aumentó de 702 plazas de médicos residentes a 1,010 en los 8 hospitales escuela que existen (devengan Q8 mil menos descuentos). Pero aún se cuentan historias de médicos que debido al cansancio de los desvelos se han dormido al volante o pierden precisión con el bisturí en la mano.
Pestañazo en la morgue
En los vestidores de sala de operaciones del hospital San Juan de Dios una residente de cirugía aprovecha un momento libre para engullir un sándwich y un jugo de caja. En el corredor que da a los quirófanos otro de los médicos “duerme” sobre una camilla, esta es acolchada, pero las hay peores como las camillas para trasladar los cuerpos a la morgue. No importa, en la madrugada también sirven para un pestañazo; o eso o subir siete pisos a riesgo de que el elevador se trabe y perder media hora de delicioso sueño. Pero los peores, confía una residente de anestesia, son los turnos de domingo, la violencia ha provocado que la demanda de los quirófanos se incremente en fin de semana. “A las 3 de la mañana del lunes siguiente es casi imposible concentrarse”, dice. Su hoja de horas trabajadas suma 75 a la semana.

El aire acondicionado a muy baja temperatura la mantiene despierta. Antes de cada cirugía se encarga de revisar el equipo, los monitores, calcular las dosis de medicamentos según el peso y el historial del paciente (un hipertenso o con deficiencia renal)… se encarga hasta del último detalle. Ella, la misma que confiesa que es “imposible concentrarse” tiene que estar pendiente de todo eso.

Durante la operación debe llevar el conteo de los signos vitales del paciente cada 3 o 5 minutos.
Su ritmo cardíaco, presión, niveles de oxígeno. ¿Cuánto orina? ¿Cuánto sangra?, la respuesta le toma tiempo a quien lleva 20 horas de corrido. Cuando se puede, duerme en un mustio cuarto que hace honor a como luce, como una “bartolina” con una litera. A veces no le queda más que acomodarse en la sala de recuperación, junto a los pacientes, cuando “la bartolina” está ocupada.

“Estos no son programas de trabajo sino de formación que se hacen a través del ejercicio de la práctica, y lo que se espera es que tengan la mayor cantidad de experiencia”, justifica Mario Figueroa coordinador interinstitucional del Viceministerio de Hospitales. Además, “Todos pasamos por eso”, agrega el viceministro de Salud, Ludwig Ovalle. Pero en ese aprender el cansancio les gana en un quirófano, algunos reconocen en voz baja que les ha temblado la mano con el bisturí.

Todos pasan por eso y llegan a acostumbrarse, llegan a amar esas camas, dice Gianfranco Bassi, externo de cuarto año de la Universidad Francisco Marroquín cuando se refiere a los dormitorios que les han acondicionado en el séptimo nivel del San Juan de Dios. A veces duermen en sus automóviles, algo que sólo hacen los residentes de Hospital Roosevelt que sí cuentan con parqueo. Los del San Juan de Dios se abstienen después de los dos secuestros exprés de que fueron objeto dos estudiantes en sus autos.
Médicos quemados
La oficina de Teresa Gaytán, psicóloga del hospital San Juan de Dios, parece un mundo ajeno al bullicio del hospital, con las óperas cantadas por Plácido Domingo al fondo. La expresión bornout (quedamos) le es familiar, de hecho convive con manifestaciones de este síndrome común entre los médicos. Lo observa en tres dimensiones: la despersonalización a través de la irritabilidad e indiferencia hacia los pacientes; el agotamiento emocional, que se traduce en un “no tengo nada que ofrecer”, acompañados de ansiedad o depresión; y la percepción de que las posibilidades de logro han desaparecido.

“No hay forma de descargar el estrés porque todo el tiempo estamos aquí”, dice Ana Morales, una de 20 residentes de tercer año de Medicina Interna del Hospital Roosevelt. “Hacemos lo que humanamente podemos”. Ese día llegó a las 5 de la mañana a pasar visita. Su jornada se prolongará 12 horas. Morales es soltera, sólo 2 de ellos viven con una pareja. “¿Tener un bebé?
¡no!” exclama casi horrorizada al preguntarle acerca de esa posibilidad. En los hospitales no hay prenatales, ni posnatales establecidos para las médicas. Las residentes de cirugía y de anestesia del hospital San Juan de Dios contaron que una semana después de dar a luz sus compañeras deben de volver a sus actividades “normales” a riesgo de perder la residencia.

Las jerarquías se respetan entre los médicos, algo así como en el Ejército: los residentes de primero a cuarto año son los cabos. A más años de estudio, mayor poder incluso para asignar turnos de castigo, una práctica común entre los residentes de cirugía que comprenden 8 horas más de trabajo, 40 horas de turno.

Mientras se es residente no hay tiempo de hacer vida social, o al menos en familia. Los especialistas no escapan a esta realidad, los que trabajan en hospitales nacionales y en privados.
Al resultado de estas jornadas es a lo que Gaytán llama médicos quemados.
Prohibido dormir
Una persona que no ha dormido es como una batería sin carga. Tras 24 horas de pie se pierde la capacidad de razonar a consecuencia de la fatiga, se ve afectada la memoria y se pierden los reflejos. Varios de los entrevistados admitieron haber sufrido accidentes automovilísticos al dormirse frente al timón. Después de 32 horas se experimenta letargo y a las 48 las primeras alucinaciones, alteraciones en los tiempos de reacción y se acentúa el desánimo.

El estudio Death by Medicine (Muertos por la Medicina) publicado en 2004 en Estados Unidos, concluye que el número total pacientes se debió a errores humanos a consecuencia de un carente sistema de posturnos. A partir de estos resultados en varios estados los hospitales modificaron las jornadas de los residentes.

Un informe emitido este mes por la oficina del Procurador de Derechos Humanos (PDH) concluye que la infraestructura de los hospitales sigue siendo inadecuada, lo mismo que el equipo, pero además carecen de personal médico necesario para la atención de la población en general.

Implantar un sistema de posturnos tendría un costo muy alto para el sistema porque significaría contratar más personal, opina Ábner Vásquez, de la Comisión de Defensa Gremial del Colegio de Médicos. Sin embargo, este es uno de los puntos del Pacto Colectivo firmado en mayo y que entraría en vigencia en enero próximo, aunque difícil de cumplir en algunas unidades. Por ejemplo, en la de neurocirugía del Hospital Roosevelt, que sólo cuenta con cuatro residentes, esto no sería posible.

Julio García, el jefe de esa unidad, compara las jornadas de los residentes con el personal de enfermería que sí tiene turnos de ocho horas y existe la prohibición de hacer dos turnos continuos. “Siempre ha sido así”, dice con tranquilidad Mario López, presidente del Colegio de Médicos, aunque corrige después de una pausa, “aunque tratamos de cambiar las cosas”.

Manuel Lago es internista, conoce ambos lados de la moneda. Cuando trabajaba en el hospital Roosevelt, dice, la proporción de pacientes que atendía era de 50 a 1 contra los que se ve en un hospital privado. En un día común en la consulta externa de un hospital público solía atender un promedio de 20 pacientes. “Indudablemente la carencia de un derecho a posturno incide también en la del aprendizaje, porque paralelamente debe estudiarse para el posgrado”, dice.

Lisette Aguilar, presidenta de la Asociación de Profesionales del Hospital San Juan de Dios, está convencida de que tales prácticas deben terminar. Es necesario, cambiar esa mediocre aceptación de que deben de sufrir esos vejámenes como parte del entrenamiento. “Al final los convierte a ellos en médicos mediocres, reproductores de este sistema enfermo. ¿Qué calidad de atención podemos ofrecer en esas condiciones a los pacientes?”, pregunta.

Los pacientes, en tanto, ignoran la razón de esas bolsas bajo los ojos o del mal genio del médico que los trata que ya es bastante para lo que les toca para acudir a los centros asistenciales. Francisca del Socorro Paiz salió la mañana de ese martes a las 4:30 de la mañana de su casa, caminó 10 cuadras desde la colonia Galilea, zona 18, pasó frente a unas solitarias bodegas donde suelen ocurrir asaltos para estar las 5:30 de la mañana frente al hospital San Juan de Dios.
Alcanzó el turno número 10 para la clínica de otorrinolaringología. “A ver qué me da el doctor porque siempre que vengo está de mal carácter”, dice del residente que la atiende en una de las clínicas de traumatología. Su carné da fe de que es una paciente regular. En abril intentó por última vez hacer una cita para que un cardiólogo le atendiera, pero le fue asignada otra cita para septiembre. Paiz ignora que tal vez el médico que la atiende no ha dormido en 32 horas.
¿Permitiría que la operara alguien que no ha dormido?, “¡No, por supuesto que no!”, dice.

Pero nadie dice nada. Los residentes para no desagradar completan los posgrados para así poder aspirar a una plaza. Los especialistas –que también tienen contratos de esta clase– descansan en que “todos lo sufrieron, el sistema debe continuar así para formar buenos médicos”. Los directores de los hospitales porque es una forma de obtener mano de obra barata, sumisa y calificada. Y las autoridades sanitarias porque es la forma de presumir de un sistema con altas cifras de productividad a un bajo costo.

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