Bueno Les dejo el discurso de graduación que realice y tuve el honor de leer el día de nuestra graduación. Lo dejo de recuerdo y encierra un poco el sentimiento de los años de la carrera y el agradecimiento a todas las personas que forman parte de este éxito.
En la vida hay pocos pero preciados momentos en los cuales uno tiene la calma, altura y distancia suficiente como para mirar hacia atrás y recapitular. Y sólo basta dar una breve mirada por este auditorio y reparar en los rostros iluminados por la satisfacción del deber cumplido de todos los presentes para darnos cuenta que éste es uno de ellos. Ver los rostros de nuestros padres felices, el de los catedráticos que ven en nuestra partida una nueva muestra del éxito de sus esfuerzos y una reafirmación en su vocación. Y por supuesto, ver en nuestros propios ojos la certeza que este es uno de esos días memorables
Quería hacer para hoy un discurso inolvidable, un discurso que dejara huella en todo aquel que lo escuchara, pero es una encomienda bastante difícil el plasmar en un papel siete años de convivencia, siete años, que se dice pronto. Pero son tal la cantidad de recuerdos, anécdotas y pensamientos los que vienen a mi mente, que podría escribir un compendio que superara al mismísimo Harrison, pero bueno, no es mi objetivo hacerle sombra a ese señor al que no tenemos el gusto de conocer aunque más de una vez hemos tenido su libro que leer.
Algunos conocerán la historia de Hipócrates y Demócrito, cuando el médico fue llamado para tratar al viejo filósofo, que se veía afectado por una dolencia psiquiátrica que le hacía reír durante todo el día. Pero dejemos la historia para más adelante... Y Los invito una vez más a remontarnos hacia atrás, pero esta vez, siendo más rigurosos, usando una precisión casi quirúrgica. Veamos. ¿Cuántos de nosotros no tuvimos serias dudas de nuestra aptitud para la medicina al recibir un pésimo resultado en alguna prueba? ¿Quién no dudó de su vocación al sentirse mal en un procedimiento quirúrgico o no poder empatizar con un paciente difícil? ¿E incluso ahora, al final de nuestra carrera, quién no pensó que definitivamente no podría ser médico luego de una mala experiencia en un turno demasiado largo y con demasiado trabajo?
Nuestros años de estudio han estado plagados de desafíos. Ellos han sido la constante de nuestro trabajo. Y la superación de esas dificultades nos ha permitido construir este presente que vivimos. Nuevos desafíos vendrán, tal como previamente hemos tenido y hemos superado. El futuro puede ser difícil, pero el pasado también lo fue. Y estamos preparados para enfrentarlo.
Incluso, este difícil camino que hemos recorrido juntos nos ha unificado como generación y ha permitido que surja ese espíritu solidario que nos caracteriza. No importa lo distinto que pueda ser mi compañero, lo importante es que estoy embarcado junto a él. Cuando lo he necesitado, es él quien me ha golpeado en el hombro y me ha dicho que todo iba a estar bien, aunque pareciera lo contrario en ese momento. En él veo mi propio sacrificio, a mi semejante, a mi hermano.
Y este pequeño remanso por el que pasamos hoy en el río que es nuestra carrera médica puede parecer un poco ficticio, pero es necesario. Necesario para agradecer a todos aquellos que con su apoyo nos permitieron llegar hasta este momento. Se que imposible expresar todo lo que quisiera con el lenguaje limitado de las palabras aunque deseo dejar constancia de mi Eterno Agradecimiento.
Agradecimiento primero a Dios Todo poderoso, quien nos ha otorgado la sabiduría, inteligencia, y capacidad de seguir adelante y lograr cumplir nuestras metas. Te damos gracias por tu misericordia,, tu amor, tus promesas, porque nos esfuerzas nos ayudas cada día, nos das paz y seguridad en los problemas.
A nuestras familias, que con gran esfuerzo han permitido que nosotros estudiemos. Y me refiero especialmente a las grandes dosis de amor y tolerancia que han invertido en este hijo estudiante de medicina, un hijo a veces ausente enterrado entre los libros y los turnos. Es lógico permitirles que como compensación nos bombardeen en ocasiones de preguntas médicas… y otras no tan médicas.
Asimismo, hemos contado con el apoyo de nuestras parejas y amigos, quienes también han tenido que aceptar a veces nuestra ausencia, como también han tenido que escuchar y sufrir pacientemente aquellas conversaciones entre compañeros en las que no entendieron ni una sola palabra.
Apoyo de la Universidad que nos ha dado un sello distintivo de excelencia y dedicación a nuestra profesión que nos marcará y acompañará por el resto de nuestras vidas. Universidad compuesta por profesores, tutores, médicos, residentes, enfermeras, gente que nos ha apoyado y abierto las puertas para nuestro desarrollo en diversas áreas, que nos ha enseñado con su ejemplo, y todo dentro de un clima de amplia tolerancia. Es un grupo que ha creído en nosotros, del cual orgullosamente somos parte, y que sin duda constituye una de nuestras más grandes fortalezas.
Y no podemos olvidar el apoyo de quienes más nos han enseñado, nuestros pacientes. Ellos nos han enseñado lo que es la confianza, la esperanza, con ellos hemos descubierto en nosotros la compasión y la responsabilidad que significa ser médico. Ellos han permitido que el fin de nuestro propio estudio cambie desde estudiar para rendir en una prueba a estudiar para tratar de ayudar a otro. Nuestros pacientes son nuestra razón para seguir mejorando.
La escritora Susan Sontag dice en uno de sus libros:
“Todo aquel que nace tiene una doble nacionalidad, una del reino de la salud y la otra del reino de la enfermedad. Y aunque todos nosotros preferimos usar sólo el buen pasaporte, tarde o temprano cada uno de nosotros estará obligado, al menos por un momento, a identificarse como ciudadano de ese otro lugar”
Esta verdad evidente de la cual se nos habla es, a la vez, la más oculta. La muerte, la enfermedad, el dolor, aunque partes naturales de la vida, son conceptualizados como fallas o defectos de ésta, como si la vida no siguiera su curso cuando nos enfermamos. Pero al médico se le pide hacerse cargo de ellas. La sociedad le ha solicitado desde tiempos antiguos que éste sea su ámbito de trabajo, y que acompañe a aquél que le toque vivirla.
Nosotros, como estudiantes de medicina, poco a poco se nos ha enfrentado a esta verdad. Hemos escuchado a nuestros pacientes, reconocido su dolor, convivido con la muerte. Nos hemos sentido impotentes por la irrevocabilidad de ella, así como nos hemos sentido sobrecogidos por la fuerza de la esperanza. Y sin quizás notarlo, se nos ha hecho parte de este tácito compromiso.
Hoy la sociedad nos otorga la tarea de ser acompañantes en estas fronteras de la vida. Hoy celebran nuestras familias, amigos y profesores, porque el apoyo que nos han dado en estos años nos ha permitido ser dignos de recibir este compromiso con el paciente. Y hoy celebramos nosotros, porque enfrentamos un gran desafío, recibimos una difícil pero preciosa carga. Y estoy confiado que estaremos a la altura de las circunstancias.
Cuando Hipócrates salió de la sala donde se encontraba Demócrito, tras realizar su minucioso examen clínico, una multitud de personas se agolparon a su alrededor, expectantes al ver a aquél sabio médico del que tanto habían oído hablar.
-- Hipócrates, díganos, ¿por qué está loco Demócrito, que no para de reír?
El sabio guardó silencio durante un momento y luego respondió:
-- He aquí mi diagnóstico: este hombre es… Feliz.
Creo que este diagnóstico es el mismo que podrían darnos a nosotros en un día como hoy, en el que reímos. Y no porque seamos ingenuos, ni estemos locos. Hoy sonreímos porque somos felices, porque hemos cumplido un sueño, porque estamos llenos de ilusión, y porque vamos a seguir soñando.
Hoy somos médicos, pero aquí no acaba todo. Aún nos queda mucho por andar. Espero que podamos seguir compartiendo este camino.
En la vida hay pocos pero preciados momentos en los cuales uno tiene la calma, altura y distancia suficiente como para mirar hacia atrás y recapitular. Y sólo basta dar una breve mirada por este auditorio y reparar en los rostros iluminados por la satisfacción del deber cumplido de todos los presentes para darnos cuenta que éste es uno de ellos. Ver los rostros de nuestros padres felices, el de los catedráticos que ven en nuestra partida una nueva muestra del éxito de sus esfuerzos y una reafirmación en su vocación. Y por supuesto, ver en nuestros propios ojos la certeza que este es uno de esos días memorables
Quería hacer para hoy un discurso inolvidable, un discurso que dejara huella en todo aquel que lo escuchara, pero es una encomienda bastante difícil el plasmar en un papel siete años de convivencia, siete años, que se dice pronto. Pero son tal la cantidad de recuerdos, anécdotas y pensamientos los que vienen a mi mente, que podría escribir un compendio que superara al mismísimo Harrison, pero bueno, no es mi objetivo hacerle sombra a ese señor al que no tenemos el gusto de conocer aunque más de una vez hemos tenido su libro que leer.
Algunos conocerán la historia de Hipócrates y Demócrito, cuando el médico fue llamado para tratar al viejo filósofo, que se veía afectado por una dolencia psiquiátrica que le hacía reír durante todo el día. Pero dejemos la historia para más adelante... Y Los invito una vez más a remontarnos hacia atrás, pero esta vez, siendo más rigurosos, usando una precisión casi quirúrgica. Veamos. ¿Cuántos de nosotros no tuvimos serias dudas de nuestra aptitud para la medicina al recibir un pésimo resultado en alguna prueba? ¿Quién no dudó de su vocación al sentirse mal en un procedimiento quirúrgico o no poder empatizar con un paciente difícil? ¿E incluso ahora, al final de nuestra carrera, quién no pensó que definitivamente no podría ser médico luego de una mala experiencia en un turno demasiado largo y con demasiado trabajo?
Nuestros años de estudio han estado plagados de desafíos. Ellos han sido la constante de nuestro trabajo. Y la superación de esas dificultades nos ha permitido construir este presente que vivimos. Nuevos desafíos vendrán, tal como previamente hemos tenido y hemos superado. El futuro puede ser difícil, pero el pasado también lo fue. Y estamos preparados para enfrentarlo.
Incluso, este difícil camino que hemos recorrido juntos nos ha unificado como generación y ha permitido que surja ese espíritu solidario que nos caracteriza. No importa lo distinto que pueda ser mi compañero, lo importante es que estoy embarcado junto a él. Cuando lo he necesitado, es él quien me ha golpeado en el hombro y me ha dicho que todo iba a estar bien, aunque pareciera lo contrario en ese momento. En él veo mi propio sacrificio, a mi semejante, a mi hermano.
Y este pequeño remanso por el que pasamos hoy en el río que es nuestra carrera médica puede parecer un poco ficticio, pero es necesario. Necesario para agradecer a todos aquellos que con su apoyo nos permitieron llegar hasta este momento. Se que imposible expresar todo lo que quisiera con el lenguaje limitado de las palabras aunque deseo dejar constancia de mi Eterno Agradecimiento.
Agradecimiento primero a Dios Todo poderoso, quien nos ha otorgado la sabiduría, inteligencia, y capacidad de seguir adelante y lograr cumplir nuestras metas. Te damos gracias por tu misericordia,, tu amor, tus promesas, porque nos esfuerzas nos ayudas cada día, nos das paz y seguridad en los problemas.
A nuestras familias, que con gran esfuerzo han permitido que nosotros estudiemos. Y me refiero especialmente a las grandes dosis de amor y tolerancia que han invertido en este hijo estudiante de medicina, un hijo a veces ausente enterrado entre los libros y los turnos. Es lógico permitirles que como compensación nos bombardeen en ocasiones de preguntas médicas… y otras no tan médicas.
Asimismo, hemos contado con el apoyo de nuestras parejas y amigos, quienes también han tenido que aceptar a veces nuestra ausencia, como también han tenido que escuchar y sufrir pacientemente aquellas conversaciones entre compañeros en las que no entendieron ni una sola palabra.
Apoyo de la Universidad que nos ha dado un sello distintivo de excelencia y dedicación a nuestra profesión que nos marcará y acompañará por el resto de nuestras vidas. Universidad compuesta por profesores, tutores, médicos, residentes, enfermeras, gente que nos ha apoyado y abierto las puertas para nuestro desarrollo en diversas áreas, que nos ha enseñado con su ejemplo, y todo dentro de un clima de amplia tolerancia. Es un grupo que ha creído en nosotros, del cual orgullosamente somos parte, y que sin duda constituye una de nuestras más grandes fortalezas.
Y no podemos olvidar el apoyo de quienes más nos han enseñado, nuestros pacientes. Ellos nos han enseñado lo que es la confianza, la esperanza, con ellos hemos descubierto en nosotros la compasión y la responsabilidad que significa ser médico. Ellos han permitido que el fin de nuestro propio estudio cambie desde estudiar para rendir en una prueba a estudiar para tratar de ayudar a otro. Nuestros pacientes son nuestra razón para seguir mejorando.
La escritora Susan Sontag dice en uno de sus libros:
“Todo aquel que nace tiene una doble nacionalidad, una del reino de la salud y la otra del reino de la enfermedad. Y aunque todos nosotros preferimos usar sólo el buen pasaporte, tarde o temprano cada uno de nosotros estará obligado, al menos por un momento, a identificarse como ciudadano de ese otro lugar”
Esta verdad evidente de la cual se nos habla es, a la vez, la más oculta. La muerte, la enfermedad, el dolor, aunque partes naturales de la vida, son conceptualizados como fallas o defectos de ésta, como si la vida no siguiera su curso cuando nos enfermamos. Pero al médico se le pide hacerse cargo de ellas. La sociedad le ha solicitado desde tiempos antiguos que éste sea su ámbito de trabajo, y que acompañe a aquél que le toque vivirla.
Nosotros, como estudiantes de medicina, poco a poco se nos ha enfrentado a esta verdad. Hemos escuchado a nuestros pacientes, reconocido su dolor, convivido con la muerte. Nos hemos sentido impotentes por la irrevocabilidad de ella, así como nos hemos sentido sobrecogidos por la fuerza de la esperanza. Y sin quizás notarlo, se nos ha hecho parte de este tácito compromiso.
Hoy la sociedad nos otorga la tarea de ser acompañantes en estas fronteras de la vida. Hoy celebran nuestras familias, amigos y profesores, porque el apoyo que nos han dado en estos años nos ha permitido ser dignos de recibir este compromiso con el paciente. Y hoy celebramos nosotros, porque enfrentamos un gran desafío, recibimos una difícil pero preciosa carga. Y estoy confiado que estaremos a la altura de las circunstancias.
Cuando Hipócrates salió de la sala donde se encontraba Demócrito, tras realizar su minucioso examen clínico, una multitud de personas se agolparon a su alrededor, expectantes al ver a aquél sabio médico del que tanto habían oído hablar.
-- Hipócrates, díganos, ¿por qué está loco Demócrito, que no para de reír?
El sabio guardó silencio durante un momento y luego respondió:
-- He aquí mi diagnóstico: este hombre es… Feliz.
Creo que este diagnóstico es el mismo que podrían darnos a nosotros en un día como hoy, en el que reímos. Y no porque seamos ingenuos, ni estemos locos. Hoy sonreímos porque somos felices, porque hemos cumplido un sueño, porque estamos llenos de ilusión, y porque vamos a seguir soñando.
Hoy somos médicos, pero aquí no acaba todo. Aún nos queda mucho por andar. Espero que podamos seguir compartiendo este camino.
Muchas Gracias.
Juan Carlos González Ordoñez.
Juan Carlos González Ordoñez.
2 comentarios:
que hermoso discurso! me emociona, muy lindas palabras!
Me han conmovido hasta las lágrimas tus palabras de despedida de graduación , creo que son ideales para muchos, sin duda es un discurso construido con el corazón.
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